por Kyoshu Sama

CONSTANTE CONCIENCIA DE DIOS

Cuando recuerdo la vida diaria de Meishu sama, puedo decir que aunque Él pareciese bastante natural e informal, en realidad era bien conciente de sus responsabilidades como Líder Espiritual, y llevaba una vida moderada de acuerdo con las leyes.

Por largo tiempo yo creía que la puntualidad de Meishu sama era un hábito natural de su carácter pero una vez Él dijo: “Como cualquier otra persona, yo también me siento cansado muchas veces y quisiera descansar en vez de trabajar; pero si no cumpliera con lo que está determinado, lo que les digo a los miembros respecto de la hora sería una mentira”. Así aprendí que cuando enseñaba algo a los demás era porque Él mismo se esforzaba en practicarlo. Eso me hizo muy feliz y aumentó mi respeto por Él.

Meishu sama decía frecuentemente: “Interferir en el tiempo de mi programa es perturbar el trabajo de Dios”. Lo que quería decir era que El mismo seguía un régimen riguroso que le posibilitaba estar siempre conciente de los deseos de Dios. Si cualquier persona interrumpía su programa, el Plan de Dios se atrasaba. Lo más importante para una persona de fe, es corresponder a la Voluntad de Dios.

Creo que Meishu sama siguió y cumplió la Voluntad de Dios a través de su vida diaria.

IMPARCIALIDAD Y CONSIDERACIÓN

Meishu sama estaba siempre muy ocupado, pero dejaba a sus hijos actuar libremente. En asuntos de creencias religiosas, Él nunca presionaba para que aceptaran sus condiciones, nos permitía hacer lo que queríamos y nos decía: “Cada uno debe hacer aquello que más desea; pero actos errados nunca deben ser cometidos”.

La Segunda Guerra Mundial acababa de terminar, y las personas sufrían aún por carencia de las cosas más necesarias, por esta razón Él nos enseñaba a no desear por demás. Por ejemplo, si usábamos el coche de la familia sin necesidad nos reprendía por ser irresponsables y perezosos. Tampoco nos permitía lujo alguno; separaba claramente la sincera dedicación de los miembros para la Obra Divina, de nuestros quehaceres particulares.

Me acuerdo que mi dinero para gastos menudos era mucho más escaso que lo usual en esa época.

Meishu sama insistía en que fuésemos conscientes del respeto a los saludos. En el Japón, saludar a los padres es de vital importancia en las relaciones de la familia. Al levantarnos siempre teníamos la obligación de ir a saludarlos y como a mí me gustaba dormir demasiado, Meishu sama me decía: “Puede dormir hasta tarde, pero venga sin falta y diga buenos días”. En verdad era embarazoso ir hasta Él en horas avanzadas de la mañana, y yo sinceramente lo hacía avergonzada. En tales ocasiones Él me decía: “Llegó muy temprano hoy,. ¿no es así?”; o alguna otra cosa igualmente perturbadora. Yo me sentía aún más confundida y entonces me hacía a mí misma la promesa de levantarme más temprano a la mañana siguiente. Incluso cuando Meishu sama reprendía a las personas con humor, sus palabras alcanzaban la profundidad de sus mentes y así nunca eran olvidadas.

En la mesa, Él hacía frecuentemente observaciones graciosas provocando la risa de todos y nosotros saboreábamos alegres nuestras comidas. Pero frecuentemente mantenía conversaciones muy instructivas con nosotros mientras comíamos y nos contaba muchas anécdotas de su juventud, hasta a veces en presencia de ocasionales invitados que las escuchaban admirados.

Era imparcial con relación a todo el mundo, en casa o en cualquier otro lugar. Cuando transmitía Johrei, aquéllos que más lo necesitaban, eran atendidos en primer lugar. Personas fuertes, con salud, como yo, éramos siempre relegadas para el final, y sólo nos transmitía por algunos minutos.

Una vez, después que terminó de transmitirme Johrei, yo me quejé: “Aún tengo dolor de cabeza”, y Él respondió simplemente: “Sí, pero enseguida te pasará” y de hecho desapareció.

Cuando yo era niña, tenía constantes riñas con los dedicadores y con otras personas de la casa, e iba siempre a Meishu sama buscando apoyo. Él me decía: “Está bien. Más tarde voy a reprenderlo”. Sospecho que nunca lo hizo, sino sólo decía a la persona: “Si le preguntan, diga que usted fue reprendido”.

Un proverbio japonés dice: “En una pelea, ambas partes deben ser censuradas”, más la actitud de Meishu sama era consolar a ambas partes y no culpar a ninguna. Sin ser llevado por consideraciones personales, enfrentaba todas las situaciones con una conducta imparcial y calmadamente. A través de tales hechos podíamos ver el aspecto justo y cariñoso de Meishu sama. Aunque nunca hubiese sido un padre muy expansivo, yo podía sentir en sus palabras y actitudes amor y preocupación, y eso lo recuerdo ahora con un profundo sentimiento.

UN MARAVILLOSO AMOR CONYUGAL

Meishu sama, a cualquier lugar que fuera, siempre lo hacía acompañado de su esposa Nidai sama. Y aunque se tratara de una diversión, siempre pedía la opinión de ella respetando mucho sus ideas.

Esto puede parecer lógico en la actualidad, pero para aquella época era un poco extraño que una pareja actuara así. Antes el padre generalmente ocupaba la posición más elevada, mientras que la de la esposa y los hijos era una posición inferior. Esto era lo más común, pero en nuestro caso, la pareja era una sola unidad, Meishu sama siempre estaba junto a Nidai sama y nosotros los niños alrededor de ambos.

Nosotros como criaturas, sentíamos que éramos diferentes de las demás familias; hubo momentos de tristeza, pero ahora veo que era una pareja muy moderna y tengo esa imagen como la de una pareja ideal.

Cuando Meishu sama se dirigía a ella, nunca utilizó modismos como por ejemplo: “omae” (el ché nuestro), siempre usó una forma de tuteo respetuoso. Aquí podemos apreciar también que Nidai sama recibía un trato igualitario. Sinceramente siento que había un profundo, delicado y maravilloso amor conyugal.

LOS DIAS EN TAMAGAWA

En la calle Kaminoge, distrito de Tamagawa, Tokio vivimos durante diez años con Meishu sama. Pasado el tiempo, cierta vez oímos decir que en el Museo de Arte Goto situado en la misma calle Kaminoge, se realizaba una exposición de chagamas (teteras utilizadas en la ceremonia del té) y decidimos ir a verla.

No era un Museo construido recientemente, pero como yo no había tenido oportunidad de conocerlo, ésta sería mi primera visita.

Yo me sentía feliz porque íbamos a ver algunas teteras artísticas, pero estaba más entusiasmada con la perspicacia de volver a mi antiguo lugar de residencia. Me decía a mí misma: “Podré volver a Kaminoge dentro de pocos días, ¿qué le habrá ocurrido al Hozan So y a la residencia de nuestros antiguos vecinos más próximos, a la familia del señor Goto?”. Casi era más grande la expectativa de querer saber sobre esas cosas que la de ver la exposición.

En el momento en que nuestro coche llegaba a su destino, pasando por Gakugei Daigaku, Kuhonbutsu y Todoroki, sentía que mi corazón latía más fuertemente al saber que iba a encontrarme con muchos recuerdos: calles, construcciones, árboles; yo añoraba a mi querido pasado. El distrito se estaba transformando en un suburbio residencial, de calles grandes y anchas, en las cuales trabajaban las excavadoras y mezcladoras de concreto para ensanchar los caminos. Por cualquier lugar que tomásemos, nos encontrábamos la mayoría de los carteles indicadores de las calles, de modo que me sentía como una novata desorientada. Mas de repente, apareció ante nuestra vista la escuela primaria de Tamagawa a la cual habíamos asistido; “¡Allá está la escuela primaria de Tamagawa!”, estas fueron las palabras bruscas que mi hermano menor pronunció, mientras manejaba el auto, y de pronto surgió en mi mente el recuerdo de nuestra escuela del pasado. Para mi sorpresa vi frente a mí la misma estructura antigua. Su aspecto arruinado me desilusio no un poco, pero igual la sentí muy querida. Después pasamos por la vieja librería, por la tabaquería que aún recordaba y por el puente cerca del cual jugábamos. Hallamos la calle que antiguamente era desierta, llena de coches que se movían rápidamente.

Luego de una corta distancia, llegamos al lugar de Hozanso (nuestra antigua residencia) pero ésta ya no estaba más allí. El terreno había sido dividido en lotes y ahora era parte de un área exclusivamente residencial, donde se hallaban los hogares de varias personas famosas.

Subimos cien metros por la calle, hasta el lugar donde existían los enormes cerezos a lo largo de la cerca. Allí las encinas y los cedros japoneses que habían brindado su silenciosa sombra, habían desaparecido sin dejar ningún vestigio. Continuamos hasta llegar a una plaza limpia y calma, y allá estaba el Museo de Arte Goto.

Después de estacionar, subimos algunos escalones y entramos al edificio, que de afuera parecía un auditorio del período Fujiwara (900 a 1185 D.C.) en la cual, la literatura y el arte florecieron notablemente. El museo estaba dividido en una sala de exposiciones a la derecha y una sala de conferencias a la izquierda. La construcción en forma de “C” tenía un verde césped y un jardín en el centro. Mirando a través de las puertas de vidrio, podía ver cómo el jardín descendía hacia el valle en un suave declive. En el pasado toda la topografía de la vecindad era así, y el antiguo Hozanso, no fue una excepción. Yo sabía que, si seguía a lo largo del valle hacia el sur, llegaría al lugar del Fujimi Tei, donde Meishu sama había vivido.

El había construido una laguna en el valle, atravesando por un puente de madera guarnecido alternadamente, parecida a aquélla de Yatsu Hashi, uno de los trabajos más conocidos del famoso artista japonés Ogata Korin (1658 - 1716), cuyo estilo único de pintar acuarelas, hizo su nombre inmortal. El Yatsu Hashi es un cuadro que muestra algunos lirios y un puente. En los viejos tiempos, había grandes árboles japoneses en torno a la laguna, que habían hecho ese lugar seguro y húmedo; se oía el croar de los sapos escondidos en sus márgenes. Había sido un hogar para arañas de agua y larvas de mosquitos y fue como un paraíso para nosotros, cuando niños. Es extraño que Meishu sama, que gustaba de una atmósfera clara, dejara ese lugar completamente sin modificaciones. A Nidai sama le gustaba que todo continuase natural, por eso tal vez, y esto es sólo una suposición mía, Meishu sama habría encontrado una oposición inesperadamente firme de parte de Nidai sama y dejó el pasaje alrededor de la laguna tal como era.

De esa laguna salían dos caminos. Subiendo por el de la izquierda, se salía frente al Fujimi Tei, residencia de Meishu sama. Si desde allí se observaba el oeste en los días claros podía verse el cielo que se extendía largamente sobre los campos verdes, los canales de irrigación y las casas de campo rústicas y extrañas, de las cuales muchas veces se elevaba una nube de polvo, todo dispuesto con un arte no planificado. Más allá, corría el plateado río Tamagawa, que pasaba por la ciudad de Kawasaki, la cual podía verse, en un día claro, más allá del río, de las motañas Tanzawa y de los Alpes japoneses, y luego, claramente, aparecía el monte Fuji. Meishu sama gustaba de ese escenario por la mañana y por la tarde, y construyó el Fujimi Tei mirando el oeste, con el único propósito de aprovechar al máximo el paisaje.

Durante el verano, Él sufría por el calor del sol, que de tan fuerte que era podía secarlo todo, y en el invierno temblaba con las ráfagas de viento terriblemente frías del noroeste, que congelaba el rocío sobre las hojas. A pesar de eso le gustaba esa residencia y vivía en ella pues la prefería a la casa principal. En las tardes lindas, cuando el día terminaba y una languidez envolvía de a poco las ciudades y aldeas que se extendían debajo de la residencia, arriba, las montañas se presentaban nítidas con los contornos cada vez más cambiantes en el ocaso. El sol que hasta entonces había permanecido blanquecino, iba tomando de repente un color rosado que se esparcía fugazmente sobre el firmamento. Entonces, las nubes que hasta ese momento pasaban inadvertidas, iban iluminándose por dentro de una manera notable, se distinguían ondas doradas en movimientos dominantes que iluminaban el cielo entero, y la tierra parecía estar sin respirar ante la gloria del firmamento.

Pienso que puedo imaginar la sorpresa y la alegría de Meishu sama, en su primer encuentro con ese lugar y cómo debió haber sido irresistiblemente fuerte su deseo de conseguir ese terreno pese a tener únicamente una parte del dinero de su valor. Creo, incluso ahora, que no podía haber lugar más bello que ése en toda la ciudad de Tokio. Mi corazón aún sufre al recordar cómo Meishu sama se sintió cuando tuvo que separarse del Hozanso, aún para adquirir el jarrón de las glicinas.

Ahora voy a contarles algunas cosas de nuestra vida en el Fujimitei. Había un pequeño portón que llegaba directamente tanto a la entrada del frente como a los fondos de la casa principal y la cocina.

Nosotros los niños, que vivíamos en el ala principal, frecuentemente salíamos y entrábamos por el pequeño portón, ya sea con paraguas en los días lluviosos, o en las noches corriendo asustados por las formas oscuras de las sombras de los árboles.

Al principio, cuando estaba prohibida toda actividad espiritual o religiosa, y el trabajo de Meishu sama era presentado solamente como una actividad terapéutica, en la entrada del frente de la casa principal difícilmente uno encontraba un lugar para pasar al interior. (ya que los japoneses cuando entran a una casa lo hacen descalzos, dejando el calzado en la entrada).

Meishu sama transmitía Johrei desde la mañana hasta la tarde, y frecuentemente estaba muy ocupado y no tenía tiempo para almorzar. A veces, al atardecer iba con la cara muy pálida a una habitación contigua donde permanecía agotado. Hacia la puesta del sol el número de zapatos iba disminuyendo gradualmente. Cuando el último par había partido, nosotros nos sentíamos aliviados y corríamos hacia el cuarto de Meishu sama. Allí lo encontrábamos aún ocupado transmitiendo Johrei a los asistentes que habían estado ayudándole. Cuando terminaba de transmitir Johrei salía al jardín donde todavía permanecía la luz del atardecer del verano y comenzaba a andar rápidamente fumando un cigarrillo. De vez en cuando se paraba para arreglar o cortar una flor en algún cantero, daba una vuelta por la huerta mientras oía los relatos de sus auxiliares. Después miraba el estado de los pollos y gallinas, para luego apreciar con satisfacción y alegría el pequeño jardín de piedras que Él mismo había diseñado en el rincón sur. Enseguida iba hacia el jardín del fondo, se sentaba en la galería bajo las glicinas y miraba el río Tamagawa, mientras la tarde iba descendiendo.

Finalmente, bajaba en dirección a la laguna nuevamente, para dar una mirada al crecimiento de las plantas de arroz situadas en un extremo, y volvía después al Fujimitei. Ese era el paseo usual de Meishu sama por la tarde, para el cual requería más o menos una hora.

Durante su paseo, nosotros, en ese entonces criaturas, lo seguíamos saltando y rodando por el suelo alegremente, a la vez que corríamos detrás de libélulas, que aparecían con sus alas transparentes aleteando el aire graciosamente. Aún recuerdo la felicidad que sentía durante esos paseos con Meishu sama.

Recuerdo cuando a partir de un cierto día, el cuarto de tratamiento terapéutico, que siempre había estado lleno de gente, comenzó a estar vacío. Su entrada también quedó desierta, a no ser por unos pocos zapatos abandonados. Eso continuó, hasta que un día Nidai sama nos llamó y nos dijo: “Ya no recibirán más dulces como antes; tengan paciencia, por favor”. Fue entonces cuando supimos que a Meishu sama le habían prohibido hacer su tratamiento terapéutico.

Después de eso, Meishu sama pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto particular diseñando cuadros de la diosa Kannon. Como ese cuarto estaba expuesto al sol del oeste, frecuentemente transpiraba en los hombros y en la espalda. A veces tomaba el tren y se iba lejos, pero no obstante, Él continuaba con sus paseos diarios, principalmente dando su vuelta acostumbrada de la tarde, y a veces durante el día, iba caminando hasta el río Tamagawa. Al haber sido privado de su trabajo y presionado por los pagos de la casa, con la responsabilidad de mantener a tantos servidores y tantas criaturas, ¿en qué pensaría durante esos paseos Meishu sama?.

Nidai sama escribió en uno de sus ensayos: “Meishu sama frecuentemente iba en dirección del río Tamagawa junto conmigo. Nunca profería quejas por su situación actual y siempre me hablaba de sus deseos y futuros proyectos, uno tras otro, planeando su realización”.

En esa época yo no sabía nada de esas cosas. Como era aún pequeña, no tenía conciencia de los pensamientos y sentimientos de Meishu sama. Ahora puedo comprender que Él estaba esperando pacientemente el momento preciso, rodeado por los seguidores que venían a alentarlo y a ser alentados por Él. Cuando la guerra aumentó su intensidad, los soldados que precisaban ayuda comenzaron a aparecer amenizando la situación. Así Meishu sama con renovado vigor, inmediatamente se trasladó a Hakone.

Tengo muchos recuerdos agradables de los días de mi infancia. Recuerdo que una vez, la nieve cubrió por una noche el jardín; más allá, los campos, los caminos y las montañas quedaron todos cubiertos de un blanco vivo, con el río corriendo lento y brillante. Recuerdo cómo contuvo la respiración aquella mañana, cuando miré la escena por un momento y cómo después me arrojé a la nieve gritando de alegría.

Recuerdo un jardín de primavera, extraordinariamente bello con los viejos cerezos en ángulos rectos, con el camino a pleno florecer, y el blanco de sus flores cubriendo el jardín como si también fuese nieve. Recuerdo la estación de las frutas, tales como, caquis, uvas, higos, granadas y los diferentes aromas de las flores de olivo, jazmines y magnolias siempre fragantes, que encontrábamos durante el juego de la escondida. Todas esas cosas que fueron tan familiares para Meishu sama y para mí, durante diez años, ahora eran solamente recuerdos de algo que se fue sin dejar rastros. Quizás, los actuales moradores están aumentando sus recuerdos en su nueva situación, en ese mismo lugar tan querido, pero completamente cambiado. Pienso que eso es bueno, pues así ha sido siempre la manera de vivir en el mundo desde la antigüedad.

¿Por qué sentí tal depresión ese día, después de haber admirado la belleza de tantas teteras, notables y raras?. Tal vez, porque los recuerdos de Meishu sama en sus días de lucha y sufrimientos estaban grabados tan profundamente en aquella parte de Kaminoge, que a pesar de no haber quedado ningún vestigio material, las personas que lo sabían eran inevitablemente tocadas por ellos, o ¿será debido a la soledad del Museo en un día lluvioso, donde nosotros éramos los únicos visitantes?.

Infelizmente, porque llovía fuerte y no teníamos mucho tiempo, vacilé en proponer salir al jardín para dar un paseo, debajo de la colina. Pero antes de entrar al coche, me paré y miré hacia abajo, el largo del camino que conducía a la laguna pensé que tal vez estuviese como antes, pues los viejos grupos de árboles aún estaban como habían estado, y yo no podía ver indicios de cambios. Espero volver algún día para descubrir si el río aún está corriendo, el mismo río a lo largo de cuyas márgenes, Meishu sama frecuentemente recolectaba el berro que crecía en la primavera. Quiero ver si el pequeño atajo cubierto de grama que estaba rebosante de flores de mimosa dorada, todavía puede ser encontrado.

SIEMPRE SE ADECUABA A LAS CIRCUNSTANCIAS

En sus últimos años Meishu sama hablaba siempre sobre la peligrosidad del apego. Cuando algún trabajo empezado no avanzaba bien, cambiaba inmediatamente su curso. En esas ocasiones nunca perdía el coraje, seguía siempre un curso de acción mejor que el anterior, y paso a paso alcanzaba su meta. Yo sentía una gran admiración por su facilidad de adaptación.

Cuando vivíamos en Omori, en Tokio, los tiempos eran apremiantes. Meishu sama estaba publicando un diario parecido al “Eiko” (Gloria), el cual era un semanario que edita actualmente la Institución, vendido por sus seguidores, y la pequeña ganancia obtenida de las ventas era usada para los gastos de mantenimiento. Nuevamente, como en los días en Tamagawa, le fue prohibido hacer tratamientos terapéuticos y durante algún tiempo vivió en una situación difícil. Durante ese período controlaba todo rigurosamente. Recuerdo que nos miraba con un rostro cerrado cuando nosotros, todavía niños, le pedíamos dinero para nuestros pequeños gastos. De esta manera actuaba de acuerdo con las finanzas del momento. Nunca era influenciado por consideraciones o apariencias pues no se apegaba a hábitos establecidos. Realmente era un hombre que siempre vivía de acuerdo con las circunstancias.

NUNCA JUZGABA A LOS OTROS

Meishu sama nunca juzgaba a las personas. Incluso cuando estaba claro que alguien lo había engañado, nunca protestó. Si alguna persona causaba un problema a la Institución y Meishu sama encontraba algo que aquel individuo hubiese hecho en el pasado para ayudar a la Obra Divina, decía lo siguiente: "Yo le estoy agradecido por habernos ayudado a dar un paso más".

ACCION INMEDIATA

Meishu sama iba frecuentemente al interior para visitar Iglesias y filiales en otras localidades, y muchas veces yo lo acompañaba. Una vez planeó visitar el Museo de Ciencias Naturales de Kyoto; al enterarse de eso, los miembros que vivían en aquella zona vinieron ese día y se amontonaron en la calle para esperar por Él.

Meishu sama llegó, entró al Museo y la multitud alegremente lo siguió pensando visitar el Museo con Él. Sin embargo, fue derecho al objeto que había venido a ver, sin prestar atención al resto.

Luego de apreciarlo por un corto espacio de tiempo, dio media vuelta y fue en dirección a la salida. Los miembros que acababan de prepararse para examinar el mismo objeto, tuvieron que seguirlo apresuradamente. Recuerdo qué divertido fue ver la cara del guardián pestañando con sorpresa y exclamando: “¡Cómo, recién llegaron y ya están saliendo!”. Había tanta gente siguiendo a Meishu sama que era muy natural que Él lo notara.

También, cuando Meishu sama salía a veces para hacer compras en los grandes almacenes, era siempre muy rápido y hacía sólo lo que debía ser hecho.

Mirando los vestidos por ejemplo, me preguntaba: “¿Cómo encuentras éste?”; yo pensaba: “Ya que pretende comprármelo, voy a prolongar la oportunidad examinando los vestidos un poco más cuidadosamente para escoger el mejor”; entonces, respondía un tanto indecisa: “Podría ser...”, eso ya era suficiente: “Si no te gusta éste, no lo compramos” y diciendo eso, me dejaba sola en el lugar.

Por eso, aprendí en breve, que si quería alguna cosa tenía que decidirme rápidamente, pues cuando lo hacía, Meishu sama me lo compraba. De esta manera me entrenaba para poder tomar decisiones rápidas.

NO DESPERDICIABA NI UN MINUTO, NI UN SEGUNDO

A lo que más se dedicó Meishu sama en cuerpo y alma, fue a cómo expandir la Obra Divina de Salvación hacia todo el mundo, y por ese motivo trabajó sin perder un solo minuto.

Desde que se levantaba por la mañana hasta que se iba a descansar, planeaba las horas de su día sin desperdiciar ni un minuto, y les daba el mejor uso.

Una particularidad de Meishu sama era organizar su programación para coincidir con los programas de la radio; pues consideraba importante conocer la situación del mundo a través de los informativos. Planeaba su tiempo de modo que pudiese oir los noticieros mientras se bañaba, afeitaba, comía, y durante estas horas no podía ser interrumpido por otras personas.

Siempre que daba un paseo lo hacía acompañado por su asistente, quien llevaba consigo una radio portátil. Cuando estaba supervisando la construcción de la casa de té en un costado del jardín de HekiunSo*, realizaba estas visitas escuchando siempre la radio. Por eso, los carpinteros, al oírla sabían cuando Él se aproximaba y comenzaban a trabajar más vigorosa y animadamente. La radio de Meishu sama era como “el cascabel del gato” de las fábulas de Esopo. Meishu sama siempre escuchaba la radio a la vez que realizaba otras tareas. A la noche, mientras le leían los diarios del día, estudiaba libros de arte, escribía cartas, se dedicaba a la caligrafía o recibía masajes en sus cansados hombros. Era un ejemplo perfecto de Nagara Zoku, para usar una expresión japonesa, una persona que hace dos cosas a la vez. Meishu sama utilizaba las horas de un día perfectamente, sin atrasos ni adelantos. Por otro lado, tal vez pensase que si no actuaba así, no podría completar un trabajo tan grande como la Obra Divina. Meishu sama no permitía conversaciones inútiles con aquéllos con quienes se encontraba, pero siempre los oía con buena voluntad y seriedad.

Creía que era imperativo estar al tanto de los acontecimientos del mundo, y a través de los medios modernos de comunicación, como la televisión y la radio, absorbía los conocimientos actuales.

Ustedes pueden pensar que Meishu sama podía realizar la Obra de Salvación solamente porque tenía una capacidad extraordinaria, pero en realidad no se basaba sólo en ese hecho. Su atención para los menores detalles de la vida diaria y su gran voluntad de trabajar activamente, producían los resultados que podemos ver hoy.

(…) Él encaró su camino con convicción y con pasión, y sirvió mientras sus fuerzas se lo permitieron. Tenía un sentimiento de profundo respeto y para mí su vida fue un modelo.

Con el pasar del tiempo, el fundador de una religión es probablemente tomado como divino por sus seguidores devotos y considerado por otros como una autoridad, siendo frecuentemente citado en libros y conferencias. De esa forma no sería ya humano, no podría ser la persona calurosa y familiar que abrazamos en nuestros corazones con tal proximidad. Es verdad que Él tenía una cualidad espiritual especial y no podemos considerarlo del mismo nivel que la mayoría de las personas. Sin embargo, no fue desde esta posición como comenzó su camino. Antes de su revelación Él era simplemente un ser humano que había sido empujado en las tempestades de la vida desde la infancia, sufriendo pobreza y enfermedades, adversidades y fracasos, experimentando todos los sufrimientos y todas las alegrías que un ser humano puede experimentar.

Después de todas esas experiencias con las cuales Dios lo estaba preparando, le fue revelada su misión. Y aquí reside precisamente la verdadera grandeza de Meishu sama, por lo que siento una gran felicidad.

Capítulo II
por KYOSHU SAMA

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